lunes, 23 de noviembre de 2020

LOS ÁRBOLES DE MIGUEL DELIBES, Y DE MI PADRE, MORÍAN DE PIE I

1.“…, y un olmo añoso (…) copudo, matriarcal, un olmo tan viejo, quizá, como la piedra más vieja del pueblo”.

C.J. CELA, “Viaje a la Alcarria”

Cuenta José Saramago en sus Memorias que su abuelo, el abuelo con el que vivió de niño, al sentir cercana la hora de su muerte, salió al huerto a despedirse de los árboles. Los árboles frutales y los árboles de sombra que él mismo había plantado muchos años antes, y que ahora iba abrazando uno por uno con lágrimas en los ojos, y ya deshecho en llanto diciéndoles adiós.

 

2.”Tres morillas tan garridas

yvan a coger olivas

y hallávanlas cogidas

en Jaen

Axa y Fátima y Marien”

Unos setenta y tantos años después (calculo yo a ojo de buen cubero) y lejos de las húmedas tierras portuguesas, tirando para el este de la Península (aproximadamente 26 leguas castellanas, traducidas a 479 km. según Google), mi padre, experto octogenario, se empleaba a fondo en una de sus tareas preferidas: la de plantar olivos. Pequeñicos olivos nuevos en nuestra vieja finca familiar de Las Fuentezuelas, terreno de secano de la jienense comarca de Calatrava. Diminutos injertos, implantes de longevos tejidos aceitunos que él cuidadosamente hundía en sus redondos, anchurosos hoyos de copiosa, enriquecida tierra.

Tierra regada a costa del manual acarreo de garrafas y cubos de plástico llenos de agua hasta los topes, e incluso de las botijas de barro cocido de ser menester. Agua limpia y fresca de los estanques y albercas vecinas que, de buen grado, porteábamos mi hermano Andrés Francisco y yo.

Al contrario de la natural tristeza que embargaba a José, el abuelo del reconocido novelista autor de “Ensayo sobre la ceguera” y “El evangelio según Jesucristo”, a Francisco, mi padre, se le ve contento, en su salsa. Disfrutando de la pequeña, intima felicidad de poder seguir dedicándose a lo que más le gustaba en la vida: las faenas agrícolas.

Feliz sí, pero ¡ay!, consciente – aunque guardándoselo para sí mismo- de que el fruto de aquellos preciados olivillos no lo verían sus ojos, y sí, gracias a Dios, los ojos de sus hijos y de sus nietos. Pues a él, a mi padre, ya no le sería concedida la recompensa de la recolección. Que el ineludible curso de la vida lo libraría del celo y la ilusión de las frías madrugadas invernales, cálido preludio de las duras, a la par que gratas rutinas connaturales al olivar, del arduo aunque esmerado esfuerzo de varear los olivos, para entonces de tronco fuerte y arrugado, de recoger, orgulloso, en las amplias mantas de curtido lienzo la abundante lluvia de aceitunas negras y lustrosas; de transportar, al atardecer de la peonada, en sacos de recia lona, y a lomos de los animales de labor, la promisoria cosecha hasta el molino del pueblo.

Para, a cambio, terminar recogiendo en primavera las cántaras, orzas y alcuzas plenas del oloroso rubio aceite de la mesa de cada día, la gastada mesa de madera de la cocina y la mesa con mantel del comedor. El aceite de todos los días, laborales y festivos, del año por venir.

3.”Ahora, tornemos a nuestro huerto o vergel, y veamos cómo comienzan estos árboles a empreñarse para florecer y dar después fruto”

SANTA TERESA DE JESÚS, “El Libro de la Vida”

Coincidiendo con el regalo de los diligentes quehaceres del labrador que era mi padre, y a unos 1.200 Km al norte de la Andalucía oriental y de tierra adentro (de acuerdo con la Guía Michelín), en una magnífica huerta de La Provenza, un hombre y una mujer jóvenes, caminan cogidos de la mano, y cada cual llevando su herramienta del campo; él la azada al hombro; ella en su mano derecha el escardillo…

Y continuando más para el norte (aún con el atlas de la Enciclopedia Británica abierto, no me aventuro a señalar la distancia desde el Mediodía francés) también por estas mismas fechas en la fértil y siempre verde campiña inglesa una mujer mayor con unas tijeras de podar y una cesta grande de paja…

II

“…una ciudad sin árboles ni palomas, Orán”

ALBERT CAMUS

1.Segundo domingo de octubre del 2020, año de la pandemia del coronavirus. A diferencia de ayer, que fue un día de sol espléndido, hoy el cielo aparece encapotado, y en el ambiente hay además una ligera niebla. Un gris amanecer de otoño en la barriada costera de Calamoral.

Es temprano, apenas si pasan de las ocho y media de la mañana. Al igual que todos los domingos anteriores, desde el fin del confinamiento domiciliario, salgo a comprar el pan del desayuno y, de paso, recoger mi provisión semanal de productos del horno.

La avenida de Málaga, antigua carretera N-340, tras la eliminación de las moreras y de los árboles de sombra, más algún otro ejemplar de ficus y araucarias, presenta un aspecto extraño, ajeno, cual si, por treinta mezquinas monedas de bronce, acabara de empeñar su genuino ser. Ha ganado en anchura, mas ahora tiene pinta de urbe distante.

Y esta ancha, nueva avenida, arteria principal del núcleo urbano caleño, semeja un paisaje trasplantado del imaginario colectivo, de algún lejano territorio de ficción.

A las puertas de los negocios, ya abiertos -las panaderías, la farmacia de guardia, la floristería, el puesto de prensa y revistas, el bazar chino de alimentación – y ante los cajeros automáticos de los bancos se han ido formando las habituales, reglamentarias colas, más o menos largas, de clientes.

2.En la sutil capa de neblina que la envuelve, y a vista de pájaro -no de los familiares gorriones, que han desertado del lugar, sino alguna gaviota desorientada- la escena se me antoja un inmenso plató de cine. Los clientes (actores secundarios y extras) personas por lo general solas, y todas con las mascarillas puestas, esperan su turno, pacientes y en silencio.

Diríase que en aquel vasto escenario se está en pleno proceso de rodaje de una película de género bélico, con guion de autor desconocido.

Girando el argumento de la cinta en torno al contemporáneo devenir de una jornada festiva en un suburbio en estado de sitio y amenazado por dos frentes a la vez: por tierra y por aire.

O, si acaso, un enclave abandonado a su suerte en tierra de nadie, en la retaguardia de una guerra sin cuartel.

ISIDRO AGUILAR

La Cala del Moral, noviembre 2020

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Un pueblo en pie por sus árboles

  La cala del moral de Bezmiliana A un año del arboricidio