viernes, 4 de diciembre de 2020

LA INVASIÓN DE LOS ULTRACOCOS

You´ll never close your eyes again”

Invasion of the Body Snatchers (Philip Kaufman, 1978)

Tras la reciente tala de árboles en la Cala del Moral y la decisión de su ayuntamiento de sustituirlos por palmeras Syagrus romanzoffiana, llamadas también cocos plumosos, las veo por todas partes. 

 

 

Allí donde desaparece un árbol no es de extrañar que aparezca un coco plumoso. Puede que la aceleración del fenómeno se produjese con la remodelación del Paseo Filipinas inaugurado en el año 2010 donde quitaron algunos árboles y plantaron numerosas palmeras. Luego fueron surgiendo cocos plumosos, como pinceladas: cuatro a la entrada de la Plaza de Gloria Fuertes; uno, en la misma plaza, remplazando a un espléndido ciprés; otro, al principio de la Avenida Jábega donde había un antiguo álamo blanco acompañando un arroyuelo ya cementado; así sucesivamente. Tras ello, se arrancaron todos los naranjos de la Avenida Manuel Altolaguirre para poner una hilera de cocos plumosos. Ya en el año 2019, le siguió la reforma de la Avenida de Málaga en su tramo próximo al Rincón de la Victoria, entre la Calle El Greco y la Glorieta José Vertedor, que incluyó una extensa alineación de cocos plumosos alternados con pequeños hibiscos. Seguidamente, incrementaron la cantidad de palmeras del Paseo Marítimo Blas Infante. Y ahora, le toca el turno al resto de la Avenida de Málaga, donde a finales de septiembre eliminaron más de ochenta árboles para suplantarlos por unas setenta palmeras cocos plumosos, incumpliendo el proyecto de renovación del acerado aprobado. Entre ellos se talaron moreras que daban identidad y nombre al pueblo.


La cosa prosigue en la ciudad de Málaga. En mi trayecto diario hacia el trabajo transito por un semáforo de la barriada de Ciudad Jardín donde se ven cocos plumosos. De camino al dentista paso por el edificio blanco, sede de la Delegación de Educación, y hay toda una mediana de cocos plumosos usados como elementos de separación del tráfico. Al pasar por el Hospital Regional encuentro una nueva y larga hilera de cocos plumosos que conectan con Teatinos y más allá. No sigo. Cualquiera puede comprobar que hay cocos plumosos por todas partes.


¿Qué está pasando? Se está produciendo una transformación sigilosa de las zonas verdes urbanas. Digo sigilosa porque sucede sin que los ciudadanos se enteren de nada. Esta situación me recuerda la inquietante película “La invasión de los ultracuerpos” (Kaufman, 1978), basada en la novela de ficción de Jack Finney (1955), que narra una invasión alienígena. Recordaréis que una especie de semillas de otro mundo aterrizan en la Tierra. Aquí se convierten en flores vistosas que producen grandes vainas, en cuyo interior, se replica a los humanos borrando aquello que los hace precisamente humanos, los sentimientos y la singularidad, y convirtiéndolos en esclavos sectarios de la invasión extraterrestre. Los seres vacíos y homogéneos van sumando una masa invasora que se rige por lemas como: “todo está bien, es como ellos dicen, va a ser mejor para ti” o “los demás deben pensar por ti”. La copia se produce mientras uno duerme. Al despertar, las emociones se han esfumado y uno forma parte de los invasores sin poder decidirlo. Por tanto, nadie puede quedarse dormido, ni un instante, para sobrevivir a lo que parece ser el fin de la especie humana. Aterradas ante ese descubrimiento dos personas tratan de detener la amenaza, pero será demasiado tarde. La película termina con la escena de Matthew (Donald Sutherland) lanzando un grito escalofriante y apuntando con el dedo, el mismo proceder con el que los invasores señalan a los que siguen siendo humanos. De fondo, surge la desoladora imagen de los árboles sin vida en una ciudad gris ya deshumanizada. De este modo, la película plantea la necesidad de revisar y de cuidar lo que nos hace humanos porque puede que esté sucediendo una transformación sigilosa. Si no acogemos nuestras emociones, sean positivas o negativas, si no mantenemos nuestra personalidad propia y si no actuamos ante lo que sucede terminaremos como seres aletargados que, tras un espejismo de felicidad, prefieren que otros los controlen formando una mayoría silenciosa de pensamiento único, la sociedad de los ultracuerpos, que elimina cualquier alternativa; y algo siniestro se agazapa bajo la imagen de sociedad idílica que nos proponen. Este es el cambio que puede experimentar la Humanidad y que evidencia lo ajeno y absurdo que puede ser el mundo del siglo XXI.


Llegados a este punto, pienso que asistimos como espectadores a una nueva versión de la película: “La invasión de los ultracocos”. Los ciudadanos no solemos mirar con detenimiento el entorno sumidos en las prisas cotidianas, como dormidos. Un día despertaremos y estaremos rodeados de ristras homogéneas de cocos plumosos y no recordaremos que teníamos fragantes naranjos, sencillas moreras y otros árboles con los que hemos convivido hasta ahora. La ciudad o el pequeño pueblo serán, y son, el escenario de la trama que puede finalizar con la colonización del espacio por los ultracocos; y algo siniestro acecha bajo la imagen del arbolado urbano idílico que nos proponen. Los ultracocos consiguen borrar todo rastro de singularidad del lugar haciendo que sea igual a cualquier otro.


¿Por qué la ciencia ficción? porque me gusta el uso de la fantasía para reflexionar sobre las posibles tendencias sociales. La imaginación es otra característica humana que no debemos perder ¿Dónde acaba la ficción y empieza la realidad? ¿Es posible que se dé el caso de la suplantación de nuestros árboles comunes por otros exóticos y sobre todo por palmeras? En el plano real, sí, y la palmera coco plumoso es ahora la especie de porte arbóreo de moda entre los políticos municipales y los gestores del arbolado urbano. Se argumenta que se la prefiere por su vistosidad, por ser relativamente económica, por su fácil mantenimiento y porque no afecta al acerado ni a los servicios soterrados bajo el mismo. Esto está bien, pero entiendo que hay que mirar más allá porque las palmeras no aportan los mismos valores ambientales y sociales que los árboles. Los árboles proporcionan mayor sombra, oxígeno, frescor, disminuyen el ruido urbano, son sumideros del CO2, nos protegen frente a la contaminación ambiental y la polución, alojan a nuestra fauna, son lugares de encuentro, algunos son señas de identidad de nuestro territorio o referentes culturales, y aportan beneficios para la salud. Las palmeras no ofrecen todo ello en la misma medida. Además, en la actualidad, hay quejas sobre las plagas de cotorras argentinas, Myiopsitta mochanus, catalogadas como una especie invasora y cuyas colonias suponen una complicación en la provincia de Málaga por los restos de sus heces suspendidos en el aire que constituyen un riesgo para la salud pública, y por desplazar de sus recursos tradicionales para anidar y recolectar alimentos a las aves autóctonas. Resulta incoherente que debatan soluciones, planteando incluso el exterminio de las cotorras, los mismos que causan el problema al poner las palmeras que es su hábitat preferente. No tiene lógica.


¿Por qué hay tanto trasiego en nuestras zonas verdes urbanas? Desde mi punto de vista, se debe a que las políticas municipales son cortoplacistas. A ello se suman dos factores relacionados, más allá del gusto esnob y hortera. Uno es el interés por reflejar en sus estadísticas el aumento de zonas verdes de cara a cumplir los objetivos de varias disposiciones, como la Estrategia de Desarrollo Urbano Sostenible Integral (EDUSI) de la Agenda Local; sin explicar que es un falso verdor porque hay ocasiones que quitan para poner y otras que ponen sin mantener. Otro es la cantidad de presupuesto que se destina a la remodelación de estas zonas. Es muy goloso. Si tenéis ocasión, miradlo.


Es el momento de abrir los ojos, de observar nuestro alrededor y de pedir que se mantengan o que regresen los árboles. La sociedad de los ultracocos los considera elementos molestos en nuestras ciudades, pero reconozcamos que son seres vivos para respetar y que nos aportan aspectos importantes. Es cuestión de plantear bien su presencia y de darles el espacio que requieren sin apresarlos en ridículos alcorques. Es hora de valorar nuestro arbolado frente a las modas postizas que quieren imponer las palmeras como el símbolo del litoral, en una ya explotada Costa del Sol. En suma, necesitamos una nueva cultura del árbol ¿Qué final queremos para esta nueva versión? ¿El fin de la amenaza o la conquista definitiva de los ultracocos? ¿Seguirá el ayuntamiento del Rincón de la Victoria empeñado en poner cocos plumosos en la Cala del Moral a pesar de sus habitantes y de las diez mil firmas recogidas? Cada cual es libre de plantear una respuesta personal, es lo bueno de seguir siendo humanos. El diez de diciembre lo sabremos.

Recordad, no os quedéis dormidos.  

Emilia Martínez. 


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