Puede uno concebir que un gobernante sea un ignorante, que carezca de la sensibilidad suficiente como para no comprender nunca las aspiraciones del pueblo que rige, que no valore el patrimonio que administra, que tome decisiones, en fin, equivocadas. Lo que resulta incomprensible es un gobernante que se enfrente gratuitamente, además de a todo ello, a los sentimientos de su propio pueblo, que eche un pulso contra él, emulando los peores recuerdos clásicos que nos provee la historia, y opte por el atropello, por la gamberrada, por la destrucción sin mayor beneficio que la propia sensación de mando, como un adolescente empoderado, contraviniendo, además, los consejos aportados por responsables académicos y científicos.
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